Escribir
Cuando escucho calcular el tiempo que se debe de tardar en redactar un artículo, enaltecer la inspiración que conceden las musas o incluso afirmar que escribir es fácil, recupero con rapidez dos recuerdos. En el primero, escribo, tacho, reescribo, desecho y vuelvo a escribir; un ciclo que se repite, a veces hasta el cansancio, mientras me digo que escribir no debe de ser lo mío. El segundo me trae las palabras con las que una docente, licenciada en lingüística, apaciguó mi frustración cuando le comenté, con la boca pequeña, cuánto me costaba a veces plasmar en el papel lo que quería decir: «Es que escribir no es fácil, aunque se piense lo contrario».
Acuden así, uno tras otro. Aprendí a amaestrar a mi memoria para que el segundo no dejara solo al primero. No solo para achicar la sombra del síndrome de la impostora, que dudo que alguna vez me abandone del todo, sino para recibir la consideración de «escribir es fácil» desde el conocimiento que me aportó comprender parte del origen de esta creencia, y que me gusta compartir con quienes presionan con cierto desencanto la tecla Borrar.
El lenguaje escrito
La escritura es una actividad que iniciamos cuando somos niños. Los primeros pasos se dan con la transcripción de sonidos a símbolos escritos. Surgen los garabatos, la aventura de bosquejar letras, la emoción de trazar el nombre propio. Más tarde, llegan los dictados y el desafío de enlazar palabras para contar cómo fueron las vacaciones. El proceso de aprendizaje es gradual y evoluciona a lo largo del tiempo.
Poco a poco nos familiarizamos con el lenguaje escrito hasta volverlo un acto cotidiano. Lo usamos en los correos electrónicos, en los mensajes de texto o en las publicaciones en las redes sociales. Sin duda, su accesibilidad promueve la idea de «escribir es fácil». (Otra promotora es la creencia de que se escribe como se habla; si bien la oralidad y la escritura se dan en contextos diferentes. Pero esta merece un artículo aparte). Sin embargo, basta con intentar plasmar en el papel, o en la pantalla, ideas más complejas para que la palabra fácil se desvanezca.
María Lourdes Álvarez, doctora en Psicología y Ciencias de la Educación por la Universidad de León, en una entrevista que le hicieron a propósito de su tesis La orquestación del proceso de escritura. Desarrollo y diseños de edad y de nivel (2013), respondió lo siguiente ante la pregunta de si la escritura es una actividad compleja o surge de manera natural:
Escribir es una tarea compleja y difícil, incluso para aquellos escritores experimentados, y ha llegado a ser definida como «el equivalente mental a cavar zanjas». No es automática ni natural, sino que supone esfuerzo y práctica; solo para un primer borrador exige planificar, crear contenido y traducir el mismo en el lenguaje escrito. Además de otras tareas como la revisión y mejora del texto inicial. Escribir es una competencia en la que intervienen y se demandan de forma recursiva multitud de procesos cognitivos. Es mucho más que dominar los aspectos motores y mecánicos o sus reglas.
Competencias y estrategias
La tarea de escribir requiere de determinados elementos para alcanzar su objetivo: comunicar. Elementos que son comunes a todas las composiciones textuales, al margen de su naturaleza y contexto. Porque, claramente, sí, un escrito divulgativo difiere de uno académico o de uno ficcional, pero los tres comparten una misma intención: llegar al otro, a los otros. Y este propósito se logra con las estrategias y competencias adecuadas: aprender a concretar cuál es el propósito del texto y a quiénes va dirigido; resaltar las ideas principales para después desarrollarlas; cultivar competencias lingüísticas, discursivas, pragmáticas y críticas; conocer el idioma y sus reglas gramaticales; desarrollar la capacidad para estructurar el texto de manera coherente y cohesiva, adaptar el texto al contexto y a la audiencia específica, etc.
Un etcétera en el que el aprendizaje cobra protagonismo. Sin trampa ni cartón. En la preparación, en la capacitación y en la práctica residen las claves para desarrollar estas habilidades. Porque, parafraseando a Robert Louis Stevenson, la dificultad no está en escribir, sino en escribir lo que se quiere decir.