Julio Cortázar decía que el cuento se asemeja a una esfera, una forma cerrada en la que no puede sobrar nada y en la que cada uno de los puntos exteriores debe estar a la misma distancia del centro. «El cuento debe ser incisivo, punzante, no debe dar descanso al lector», sostenía. Luego lees «Autopista del Sur» y entiendes a qué se refería. De igual forma, «Almohadón de plumas» revela muchos de los consejos que escribió Horacio Quiroga en su Decálogo del perfecto cuentista: «No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas. No adjetives sin necesidad. Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final […]».
Por supuesto, hay otros referentes que enriquecieron el género con su enfoque particular. Por ejemplo, Kafka logra crear atmósferas inquietantes y las protagonistas de Clarice Lispector se enfrentan a dilemas existenciales en narraciones muchas veces fragmentadas y con finales abiertos. La estructura de los relatos, el abordaje de los temas y los estilos de estos escritores difieren, y aun así todos comparten la misma condición: cumplen con el pacto ficcional. Es decir, consiguen que el lector acepte la historia como si fuera real y lo sumergen en la trama, sin interrupciones. Un logro que se sustenta en la coherencia narrativa por la que tanto vela la mirada correctora en su intervención.
Los cuentos que te sorprenden suelen ejercer de guía cuando tratas de escribir tus historias. Ya en el primer borrador intentas encajar las piezas de tal forma que logren reproducir en los futuros lectores—o al menos acercarse— ese guau con el que veneras la maestría de autores admirados. Porque cada uno de los elementos que compone un relato forma parte de un engranaje mayor: si encajan bien, la historia funciona. Y para que eso ocurra, la estructura y las relaciones de cohesión entre los elementos textuales deben ser sólidas y consistentes: tener coherencia narrativa.
La coherencia narrativa confiere sentido a una historia, evita contradicciones o cambios abruptos que pongan en peligro el pacto ficcional. Para lograr esa esfera, que mencionaba el escritor argentino, todos los elementos tienen que relacionarse en consonancia, contar con lógica interna, convivir en armonía dentro de su universo narrativo. O sea, la obra tiene que funcionar en su conjunto, sin olvidar que en un cuento nada puede sobrar.
Para garantizar que el cuento no tenga aristas que puedan romper el pacto ficcional, la corrección literaria profundiza en aspectos que comprenden mucho más que lo estrictamente normativo. En este tipo de intervención se opera de lo global a lo parcial, del sentido de la obra en su conjunto a sus unidades menores. Una aproximación visual podría ser una matriosca, en la que la muñeca más grande representaría la totalidad del texto, y articula la coherencia textual, y la más pequeña equivaldría a una frase, que siempre adquiere sentido en relación a su vínculo con el resto de la composición.
En la corrección literaria, se revisa, precisamente, la coherencia narrativa. Por tanto, a rasgos generales (otra vez la matriosca), se consideran los siguientes aspectos:
La estructura narrativa:
¿La historia presenta un desarrollo lógico? Y esto no implica que tenga un orden cronológico.
La adecuación de la voz o la voces narrativas elegidas:
Un narrador testigo, por ejemplo, desconoce los pensamientos de otro personaje, salvo que este los comparta. Una información a la que sí accede el narrador omnisciente.
Revisión del marco temporal y espacial:
¿Cuál es el escenario? ¿Cómo influye en los personajes y en sus acciones? ¿Cómo se manejan los tiempos narrativos? Estos dos marcos tienen que trabajar en función de la historia.
La verosimilitud de los diálogos para evitar la artificiosidad:
Un niño, por ejemplo, se expresa de manera distinta a la de un adulto.
Correspondencia entre las acciones de los personajes y sus personalidades y contextos:
Difícilmente un personaje lleno de miedos se aventurará en acciones riesgosas, salvo que un contexto excepcional lo obligue. Y en ese caso, debe justificarse.
Ambigüedades que puedan confundir al lector:
La claridad y la ausencia de contradicciones en la narración contribuyen a que la historia fluya con naturalidad y no se vulnere el pacto ficcional.
Los puntos mencionados —que merecen un artículo aparte— dan cuenta de la importancia de la coherencia narrativa y clarifican en qué interviene la correctora literaria. Pero quiero terminar este artículo añadiendo el cómo, que también es relevante.
La correctora literaria examina la intención comunicativa, se asegura de que el texto transmita lo que el autor quiere decir y también revisa a quién va dirigido. Y, sobre todo, localiza y analiza los patrones que definen el estilo de quien escribe. Se fija en cómo compone las frases, cuál es su repertorio léxico y su registro. Ofrece reformulaciones, en caso de ser necesarias, siempre afines a la identidad del autor. Ayuda a encontrar alternativas más orgánicas.
Quien ejerce la corrección literaria con profesionalidad (como comenté en el artículo «El miedo a la corrección») sabe que su cometido es participar en la comprensión del escrito desde la horizontalidad y con competencia, sin caer en el intrusismo y mucho menos en la imposición. Porque, en definitiva, una obra de creación pertenece a quien la escribe.