Corrección de textos

Corrección de textos

El gesto de vacilación que asoma en la cara de muchas personas cuando les digo que soy correctora editorial me ha llevado a escribir un breve argumentario para explicar de qué trata este oficio, que en realidad es más antiguo que la imprenta. Sí, aunque no lo creas, en el siglo XII surgieron los primeros correctores, que intervenían en los trabajos de los copistas para asegurarse de que no hubiera faltas de ortografía, gramaticales o las tan escurridizas erratas.

«Pero esa función ahora la cumplen los programas informáticos de corrección», sentencian algunos.

Déjame decirte que no. Si bien es cierto que son capaces de detectar errores ortográficos, gramaticales y erratas, no logran superar al ojo humano, revisor, analítico y crítico. Y te voy a explicar en qué.

Si, por ejemplo, escribes una frase como «A tú coche se lo ha llevado la grúa. Julia y yo le hemos asegurado a los operarios que en unos minutos estabas de vuelta pero han hecho oídos sordos.», el software no distingue que en este contexto no hace referencia al pronombre personal de la segunda persona del singular, sino al adjetivo posesivo y, por tanto, no lleva tilde. Tampoco corrige el pronombre personal le, que duplica al complemento a los remolcadores, y debe escribirse en plural; del mismo modo que no repara en que delante de la conjunción adversativa pero tiene que colocarse una coma.

Vamos ahora a otro ejemplo más relacionado con el campo semántico: «El fotógrafo rebeló las fotos». En este contexto, el verbo que denota que el fotógrafo hace visible una imagen debe escribirse con v, de lo contrario estaríamos asistiendo a la influencia del fotógrafo para provocar la rebelión de las fotos; vaya una a saber por qué. Sin olvidar que la estructura argumental del verbo rebelar, en el caso de que estuviéramos ante una narración ficcional en la que fuera posible dicha provocación, exigiría la preposición a.

Tampoco pueden resolver algunas dudas gramaticales que se presentan con frecuencia. El dequeísmo, en algunas construcciones, genera vacilación: ¿«Estoy segura que es mentira» o «Estoy segura de que es mentira?». Y el mal uso del gerundio suele ser más común de lo deseado: «*El árbitro lo amonestó por segunda vez, debiendo abandonar el terreno de juego».

Por supuesto, no cuentes con que detecten redundancias conceptuales (subir arriba), corrijan la escritura de siglas o abreviaturas, determinen el uso adecuado de cursivas o comillas, el de mayúsculas y minúsculas (¿polo sur o Polo Sur?), garanticen la escritura correcta de palabras con prefijos (¿súper fácil o superfácil?), adviertan cuándo las referencias bibliográficas en un trabajo académico no siguen las normas requeridas, ayuden en la economía del lenguaje para no exceder el número de páginas exigidas en una tesis (sin que pierda consistencia el contenido), etc.

Profundicemos un poco más y abordemos ahora la parte informativa y de sentido. Si escribes «La montaña descubre a los excursionistas cuando salió del bosque frondoso», podrás comprobar que un procesador como Word no hace ninguna corrección. Esto ocurre porque su función correctiva se limita a discernir las equivocaciones de las funciones abstractas. Es decir, sintácticamente, el enunciado es correcto —tiene un sujeto, un predicado (cuya concordancia es adecuada), un complemento directo y un adjunto—, pero el ojo detectivesco de Word no alcanza a las funciones concretas, que son esenciales en la construcción del mensaje pues establecen el puente con el significado. (Además de no poder discernir el error en el uso de los tiempos verbales).

El lenguaje en lo literario es un medio, pero también puede tener un fin en sí mismo.

Sin embargo, si copias y pegas un fragmento de la obra emblemática de Julio Cortázar, Rayuela, en alguno de estos programas, no debe sorprenderte que aparezcan marcas que determinen que está plagado de errores.

«Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!»

Errores que, en realidad, no lo son. Y es que el escritor argentino, como muchos otros de la talla de Joyce, Borges, García Márquez, Saramago, Laura Restrepo, etc., supo jugar con el lenguaje, pero no por error ni por azar. La alteración intencionada del orden lógico del lenguaje tenía un propósito que respondía a una ruptura con la narrativa —entre otros ámbitos que imperaba en el momento. El lenguaje, en lo literario, es un medio, pero también puede tener un fin en sí mismo.

Esto da cuenta de que los programas tienen sus limitaciones, a la vez que manifiesta que los conocimientos necesarios para ejercer la profesión de correctora editorial no se restringen únicamente a los aspectos normativos. Como asesora lingüística velo para evitar las incorrecciones tipográficas, ortográficas, gramaticales, para solventar las inadecuaciones léxicas y también para garantizar la eficacia y la intención comunicativa del texto.

El lenguaje escrito es uno de los principales canales de comunicación y un vehículo de la trasmisión cultural. Es un medio de difusión para informar, transmitir ideas, opiniones, emociones…: comunicar. Y tal objetivo se logra cuando el texto es cohesivo, coherente y presenta una estructura organizada. Ten siempre presente que la jerarquización de ideas potencia la legibilidad. Del mismo modo que las faltas de ortografía y los errores gramaticales se convierten en un foco de distracción que dificulta la fluidez de la lectura o que las inadecuaciones léxicas empobrecen el escrito, las buenas ideas mal organizadas pueden provocar el abandono de la lectura por generar confusión en el lector, que se ve obligado a interpretar por su cuenta qué es exactamente lo que se le quiere comunicar. Sin duda alguna, ese no es el propósito de alguien que ha entregado su tiempo y su esfuerzo en volcar, sobre el papel o la pantalla, sus conocimientos o ideas.

¿Qué corrección te conviene más?

La corrección ortotipográfica es imprescindible; la corrección de estilo, más que aconsejable. O quizás tu manuscrito necesite una intervención más profunda, una microedición. Pincha en cada una de las correcciones para saber en qué consisten. De todas formas, te voy a pedir que me envíes un par de páginas del escrito para realizar un diagnóstico. En función de esta evaluación, elaboraré un informe en el que te explicaré las debilidades y fortalezas, así como las necesidades prioritarias para potenciar su efectividad comunicativa, que te remitiré con una muestra de mi trabajo. La decisión final, por supuesto, es tuya.

¿Cuál es mi función como correctora?

Ayudo a que el mensaje del manuscrito llegue sin errores y potenciado a su destinatario, sin alterar la esencia y el estilo, respetando en todo momento su originalidad. Ah, y no te tortures, esta intervención no implica que no sepas escribir. Todo escritor, incluso el más respetado, necesita un profesional de la corrección. Cuando escribimos, nos cuesta tomar distancia del texto. El estrecho vínculo que tenemos con cada una de las líneas en las que plasmamos nuestras ideas contamina la objetividad y la capacidad de percibir errores. Y no debes pasar por alto que tu escrito es tu tarjeta de presentación.

Áreas de trabajo

• Textos académicos: trabajos de fin de grado, de fin de máster y tesis doctoral de Humanidades y Ciencias Sociales.

• Textos literarios: narrativa, poesía, obras destinadas a concursos literarios, etc.

• Textos divulgativos: humanísticos, sociales, manuales, guías, artículos para blogs, páginas webs, subtítulos de documentales, de vídeos, etc.


No se trata de escribir bien para quedar bien, sino para comunicar mejor

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